Entre palos carbonizados de las que fueron sus casas, las familias trataban de rescatar lo que el fuego no alcanzó a dañar del todo o servir de algo para volver a levantar un techo. Chatarra, el cobre que se pudiera sacar de un cable, algún mueble o ropa que no se hubiera quemado, o por lo menos despejar los pisos para comenzar a poner algo encima que no fueran cenizas.
Balance: 17 familias de cuyas casas no quedó ni rescoldo y seis más, cuyas viviendas quedaron a medio quemar; 105 personas incluidos 53 niños, contó la Oficina de Gestión del Riesgo de Bello.
En la escena también se veían algunos familiares que llegaron a ayudar, personal de organismos oficiales y entidades solidarias midiendo el daño y las necesidades.
Gente pobre, en su mayoría desplazados de Urabá. Y, detrás de sus miserias, otros seres igual de pobres e inescrupulosos, que se aferraban a cualquier elemento que les sirviera.
César Gómez, director de Gestión del Riesgo de Bello, dijo que seis de las familias afectadas vivían en calidad de arrendatarios en el asentamiento. Por el momento todas las familias están albergadas en casas de familiares.
Entre cenizas
“Ahí, en esa casita vivimos”. Dora Higuita señala unos pocos palos en pie, aunque quemados, entre unas tablas y la puerta. “Anoche (antenoche) no pudimos dormir, echando agua de una manguera, con miedo de que eso se volviera a prender”.
Dora llegó con su familia desde que comenzó la invasión en Manantiales, hace seis años, desterrada de Dabeiba y buscando no pagar más arriendo. Su esposo, a quien guerrilleros de las Farc le dieron una paliza hasta que lo creyeron muerto por no acceder a darles unas cargas de panela de su finca, quedó impedido para trabajar, y ella, quien trabaja en oficios varios, interna en un asilo de ancianos, solo ve a los niños las noches de los miércoles y sábados, más el domingo.
Tienen tres hijos, dos jóvenes y una niña de 13 años, además de su nieta, de cinco. Cuando llegaron, pagaron tres millones de pesos por el lote y levantaron el rancho. Primero con palos y plásticos y hace poco de tablas. Las mismas que consumió el incendio. “No sé que hacer ahora que esto se quemó. Hasta la madera la debo”.
Los vecinos cuentan que el fuego empezó porque una niña estaba quemando la basura en la parte trasera de su casa. Aunque apagó el fuego, en pocos minutos, este revivió, prendió la casa y otras más.
Desde afuera de otra casa, la de Luz Estela Galeano, se ven colchones en cenizas y bajo todo eso, las manos tiznadas de su esposo y las de uno de sus cuatro hijos que meten en dos costales ropa chamuscada.
De la casa quedó el piso en cemento. Era de madera, con techo de zinc, un solo espacio de tres metros por cinco, con una poceta en una esquina y ventanas para ver a Medellín. La incertidumbre entre los afectados es grande, como lo es el anhelo de volver a tener un rancho donde refugiarse con los niños. Usted puede darles una mano.
PARA SABER MÁS
TRISTEZAS DE OTROS INCENDIOS
La emergencia en Manantiales obliga a recordar otros incendios en sectores subnormales en el Aburrá. Lecciones que, al parecer, aún no se superan. El más grave ocurrió en marzo de 2003 cuando el fuego arrasó 650 casas de La Mano de Dios, oriente de Medellín. También hay referencias recientes como los de el 4 y 20 de octubre de 2014 en sectores cercanos.
Un corto circuito hizo que se incendiaran 14 casas en el asentamiento Nuevo Jerusalén, mientras que por una veladora encendida se consumieron seis viviendas en el sector Espíritu Santo.
JOSÉ FERNANDO LOAIZA BRAN / El Colombiano
Página Web – 2015/02/26
Fuente: http://www.elcolombiano.com