La Gran Misión Vivienda Venezuela “no sería posible si no fuese en Revolución” (VENEZUELA)
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“Siempre quise salir de donde vivía y mudarme a un lugar más céntrico, pero nunca me imaginé que esto se iba a volver una realidad, y mucho menos que sería tan rápido”, sostiene
El Gigante de la Patria es el nombre de un urbanismo ubicado en la avenida México de Caracas, a escasos 50 metros de la estación del Metro de Bella Artes. En sus dos torres, de 14 pisos cada una, hoy habitan 120 familias beneficiadas por la Gran Misión Vivienda Venezuela (GMVV).
Los edificios fueron construidos por la Gobernación del Distrito Capital, y tienen la particularidad de albergar a familias que vivieron por más de tres años en refugios luego de perder sus viviendas, así como a personas adjudicadas mediante la modalidad del 0-800 MIHOGAR.
Annery Rodríguez tiene 28 años de edad; junto con su hija Gabriela y su padre, Carlos Rodríguez, de 62 años de edad es la feliz habitante de uno de los apartamentos del urbanismo.
Según cuenta Rodríguez, las llaves se las entregaron el 23 de noviembre de 2013 pero fue tres meses después, el 15 febrero de 2014, que la vivienda estuvo en condiciones de ser habitada.
“Considero que fue bastante el sacrificio, pero valió la pena”, sentenció Rodríguez durante su conversación con el Correo del Orinoco. El diálogo fue sostenido en el balcón de su apartamento, desde el que, todavía a las 6:00 pm, se podía observar el verdor del Parque Nacional Waraira Repano.
Señala que los apartamento “no estaban en condiciones”, y por eso la mudanza se pospuso hasta que la infraestructura ofreciera un mínimo de comodidades y contara con los servicios básicos.
Tres años y medios en el refugio no fueron suficientes para que Rodríguez perdiera la fe en el comandante Chávez y la Revolución, y tampoco minimizaron la alegría que le causó el sentir las llaves de su casa,
“Supervisamos todo el proceso de construcción; es por eso que ya sabíamos cómo eran los apartamentos y en que condiciones estaban el día que nos los entregaron”, explicó Rodríguez, quien sonríe al recordar la situación y asegura que, a pesar de que le faltaban las cerámicas, puertas, grifería y ventanales, sintió “la felicidad más grande del mundo” por saber que tenía cuatro paredes que le pertenecían.
“La primera noche dormí en el piso junto a mi hija, sobre un edredón. Las camas, la litera y la línea blanca nos las entregaron después, pero el hecho de saber que era mía bastó para que me sintiera totalmente feliz, así no tuviera nada; era lo mejor que nos pudo pasar en la vida”, asegura.
UN SUEÑO HECHO REALIDAD
Rodríguez nunca pensó que en tan corto plazo su vida cambiaría. Siempre lo soñó, comenta, pero nunca de esta manera. “Siempre quise salir de donde vivía y mudarme a un lugar más céntrico, pero nunca me imaginé que esto se iba a volver una realidad, y mucho menos que sería tan rápido, tan tangible”, señala.
Con la pequeña Gabriela sentada en su piernas, Rodríguez no duda en agradecer a la Revolución, “pero primeramente a Dios”, por el privilegio que tienen miles de familias en el país de contar con una vivienda dignas.
Considera que, “sin una política como la que impulsó el comandante Chávez” en materia de vivienda, “hubiese sido imposible” solventar las emergencias que dejaron sin hogar a tantas personas en Venezuela.
Y ante la pregunta, sostiene que primero agradece a Dios, y luego agrega: “Y a mi comandante Chávez y ahorita a Nicolás Maduro, porque él fue el que continuó con esta política”.
“Esto no sería posible si no fuese en Revolución”, expresa Rodríguez. En su opinión, “el capitalismo solamente está por ellos (los poderosos) y para ellos”.
Igualmente, censura la posición de algunos habitantes de los conjuntos residenciales aledaños, quienes, según dice, aún no los aceptan como vecinos y hasta los han tildado “de chusmas y ‘pata en el suelo”.
“Creo que la división es un estigma social. Algunas personas que tienen cierto nivel siempre han creído que son los que se merecen todo, y que por eso son mejores que nosotros, los pobres, lo de los barrios”, opina.
Y fue en un barrio de Caracas, en el sector los Arboles del barrio Kennedy, al suroeste de la ciudad, donde hace ocho años comenzó la etapa de la vida de Rodríguez que culminó, en diciembre pasado, con su adjudicación en el urbanismo El Gigante de la Patria.
“Mi casa era un ranchito bien pobre”, describe Rodríguez, “de laminas de zinc, algunas paredes de bloque, con un cuarto y una sala-cocina, pero todo muy humilde. Allí vivía en el 2010 con el que para ese momento era mi esposo y yo estaba embarazada”.
En ese tiempo trabajó “quemando películas”, de buhonera, en Traki, en una tienda como vendedora, haciendo uñas; pero también, y esto los comenta con cierto orgullo, comenzó sus estudio de técnico superior en enfermería.
Al poco tiempo, continúa, conoció a la personas que luego sería su esposo y juntos decidieron invadir un terreno en el barrio Kennedy. “Allí nos instalamos y construimos una casita”, relata. Una vivienda que medio acomodaron “con mucho sacrificio” y que, después de poco más de un año de vivir en ella, desapareció en octubre de 2010 como consecuencia de las vaguadas.
LA TRAGEDIA
Ella recuerda que había notado algunas filtraciones en la pared posterior de su vivienda y que la estructura se dobló tanto que descuadro el marco de la puerta de la entrada. “Y un día, tras un palo de agua de los más fuertes, la pared se vino abajo”.
Relata: “Yo tenía dos meses de embarazo y como pude recogí algo de ropa y me salí de la casa junto con mi mamá que estaba de visita y un perro que tenía en ese tiempo”. Tras la perdida de su hogar, debió pasar 15 días en la calle, durmiendo algunos días en casa de un prima o donde una vecina. “En esa época trabajaba en Cantv como vigilante, y hasta me tuve que quedar escondida una noche en el trabajo porque no tenía a dónde ir”, señala.
Ese día habían anunciado la visita del comandante Chávez al barrio Kennedy. Rodríguez pensó que esa era su oportunidad para hacerle llegar al líder la información sobre su situación y solicitarle que la asignaran a un refugio; para eso, lo mejor era escribir una carta, comenta entre risas.
“Esperé que llegara”, cita Rodríguez, quien recuerda que había mucha gente en la parte baja del barrio. “Cuando llegó el Presidente -en la revuelta- me acerque lo más que pude; no sé como hice para pasarle la hoja a Jacqueline Faria y ella se la pasó a él, a Chávez; al siguiente día me llamaron por teléfono”.
DEPRESIÓN TRAS LA AYUDA
El traslado fue de noche. La comitiva estaba constituida por más de 70 familias de sector. La primera parada del recorrido fue en un refugio ubicado en los galpones de la Estación del Metro de Las Adjuntas,
“Yo sí necesitaba irme a un refugio”, alega Rodríguez, quien asegura que no tenía donde dormir y por eso “estaba dispuesta a aceptar lo que viniera y como viniera; si tenía que estar en un refugio, estaba preparada para echar pa’ lante con eso”.
El albergue le aseguró un techo junto a su esposo. Sin embargo, comenta que la nueva situación le permitió pensar en todo lo que había sucedido, y como, junto con su casa, “había desaparecido todo lo que tenía”.
“Me di cuanta de que lo había perdido todo”, admite;“me ataco la tristeza; me deprimí mucho y duré como tres meses llorando todos los días”.
Dada la emergencia, el refugio suministraba a las personas los servicios mínimos para su habitabilidad; un espacio sin divisiones, ocupados por literas y con baños compartidos, “pero a costa de la privacidad de sus habitantes”. Sin embargo, Rodríguez señala que asumió la situación “como un proceso que tenía que vivir para lograr un objetivo”: una vivienda propia.
PARA LA PASTORA
Un brote de lechina apresuró la salida de Rodríguez del refugio apadrinado por el Gobierno del Distrito Capital. Su nuevo albergue estaría en una casa colonial en la Pastora, pero explica que su convivencia estuvo limitada debido a su horario de trabajo. No obstante, aclara que todas la mañanas debía lavar el baño comunitario, una acción que, asegura, le resultaba más placentera que trabajar en la cocina.
En esta casa la sorprendieron los dolores de parto casi dos años después, y en ella también habitó Gabriela durante sus primeros días de vida, una estadía que se vio interrumpida debido a la imposibilidad que tenían las dos mujeres de contar con el cuidado mínimo necesario para su condición, y esto la que obligó a solicitar la modalidad de refugio solidario y trasladarse a la casa de su familia en los Valles del Tuy.
LA FE EN EL LÍDER
Durante tres años y medio, Rodríguez mantuvo su esperanza en la palabra de Chávez. “La palabra dicha por mi Comandante yo la creía y la peleaba”, apunta, y además comenta que no fueron pocas las batallas que debieron libras para que se concretara la adjudicación al urbanismos que se construía en Bellas Artes.
Su labor como contralora social la alternaba con los estudios de enfermería. Todos los miércoles asistía a clases en las mañanas y por las tarde se trasladaba a la obra para supervisar su avance y evitar que se pararan las labores, como ocurrió en varias oportunidades.
Hoy día es una profesional de la enfermería. Trabaja en una fundación adscrita al Gobierno del Distrito Capital en la que se atiende a niñas, niños y adolescentes adictos a las drogas.
Asegura que en su vida ya no hay la presión por los viajes de ida y vuelta a su hogar. Gabriela acude todos los días a una guardería ubicada a una cuadra del urbanismo, mientras su madre se traslada en metro y en ocasiones se va caminando hasta su lugar de trabajo.
ROMER VIERA / Correo de Orinoco
Página Web – 2014/12/07
Fuente: http://www.correodelorinoco.gob.ve