La gestión de Jaime Lerner como alcalde de la brasileña Curitiba marcó un hito en el urbanismo...
La gestión de Jaime Lerner como alcalde en tres ocasiones de la  brasileña Curitiba marcó un hito en el urbanismo de la región: cuando  fue electo por primera vez en 1971 la idea predominante en Latinoamérica  era que nuestras naciones estaban «asediadas por la "ciudad prematura",  anticipo de una futura "no-ciudad"», lo que alimentó poderosas  corrientes para frenar el crecimiento de las ciudades por,  supuestamente, constituir un lastre para el desarrollo nacional.
Lerner  y su equipo no compraron esa tesis y entendieron, por el contrario,  algo que ya hoy pocos discuten: que las ciudades de calidad son en  verdad los más poderosos motores del desarrollo. Para ello era  indispensable dotarlas de planes eficaces e innovadores, pero también  susceptibles de ser llevados a la práctica, y quizá aquí residió la más  importante innovación: garantizar la gobernabilidad de la ciudad y la  progresividad de un plan que se va ajustando en el tiempo.
Lerner  no fue un alcalde cualquiera: arquitecto de profesión, fue uno de los  fundadores y director del IPPUC, la oficina de planeamiento urbano de  Curitiba, cuya continuidad de gestión y elevada solvencia profesional le  han valido niveles de respeto y confianza de la ciudadanía poco  comunes, esenciales para asegurar esa ansiada gobernabilidad. Ha  afirmado que «una ciudad solo puede encontrar soluciones de futuro a  partir del momento en el que sabe lo que quiere ser», lo que a algunos  podría sonar un tanto críptico si no entienden que la ciudad son los  ciudadanos, y que son ellos los que deben sentarse a debatir para saber  qué es lo que quieren de su ciudad: el plan centralizado, desde arriba,  hace rato pasó a mejor vida para ser sustituido por la laboriosa  búsqueda de consensos.
Entre nosotros, en los últimos tres  lustros el plan ha sido borrado del lenguaje gubernamental, sustituido  por la improvisación y el capricho, cuando no por la operación  fraudulenta que busca el provecho propio y de los amigos, mientras se  menosprecia o ignora lo que hacen los críticos del régimen. Así puede  llegarse al extremo del ridículo de afirmar que desde el plan de la  OM-PU de 1983 Caracas carece de un instrumento que oriente su  crecimiento urbano. Sin concederle nada a la corrupción, hay quien  sostiene que ésta es más tolerable que el fanatismo. En nuestro caso  ambos se combinan en un coctel mortífero.
 
MARCO NEGRÓN / El Universal
Página Web - 2015/06/10
Fuente: http://www.eluniversal.com/
