La cultura de la pobreza surgió como una estrategia de supervivencia en un sector de la sociedad del oeste caraqueño, marginado del estilo de vida opulenta que comenzó a desarrollarse a partir de la consolidación de la economía rentista y su contraparte, la cultura petrolera. Las relaciones sociales solidarias barriales fueron la principal defensa de aquellas poblaciones pobres contra sus rudas condiciones de existencia “en el cerro”: difícil acceso a la vivienda, ausencia de agua corriente, de luz eléctrica, de condiciones sanitarias…
Personalmente, tuve la suerte de poder apreciar de primera mano, durante la década de 1940, el significado de la solidaridad y reciprocidad humana entre iguales: compartir lo poco que se tenía era la seguridad de que lo que dabas hoy, en caso de necesidad, te sería retribuido mañana. Las migraciones campesinas de mediados del siglo pasado tuvieron como destino los nuevos urbanismos construidos por la dictadura perezjimenista en el oeste de Caracas, particularmente 23 de Enero (llamado antiguamente 2 de Diciembre). Como estudiante de Antropología y Sociología de la UCV, participé en un proyecto de investigación cultural en ese urbanismo para determinar los procesos de “aculturación” de la población migrante a las nuevas condiciones de vida en los superbloques.
Como no fueron preparados para aquel cambio cultural tan profundo, los migrantes campesinos estaban totalmente desorientados en su vida cotidiana. En las viviendas campesinas, la gente hacía sus necesidades fisiológicas “en el monte” o bien en letrinas ubicadas en un pequeño rancho en el patio trasero, donde también había una lata de agua y una totuma (recipiente de calabaza) para bañarse.
Esos rituales eran considerados como poco higiénicos y como parte de la vida íntima de cada persona, por lo cual no era bien visto hacerlos dentro de un apartamento. Muchas personas escogían defecar en la oscuras escaleras donde la gente poco transitaba y convertir los baños (WC más ducha) en gallineros o cuarto de trastos viejos. Igualmente, los rituales de cocina -que tenían en la vivienda campesina un espacio reservado- ahora habría que hacerlos en un espacio lleno de humo y olor a fritangas donde la gente convivía y dormía.
Ya para esas fechas, cuando la motocicleta comenzó a convertirse en instrumento de la vida cotidiana de la familia, los pocos que poseían una la subían en el ascensor hasta su piso y la “aparcaban” a la entrada del apartamento. Comenzaba la saga del 23 hacia la construcción de una poderosa cultura popular caraqueña.
@MSanojaO
Mario Sanoja / Últimas Noticias
Página Web - 2017/06/11