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La Urbanización 23 de Enero: sueños rotos (VENEZUELA)

“Transitamos la urbanización del 23 de Enero en 2020 y nos enfrentamos a un conjunto habitacional cuya esencia física y espiritual ha sido profanada, el modelo esta vuelto trizas y la democracia suspendida”

 

La «Urbanización 23 de Enero» (1955 -1957) a sus 65 años de proyectada, hace parte esencial de la identidad de Caracas como ciudad pionera de la Modernidad en el ideario Latinoamericano, pero ¿qué queda del espíritu Moderno que la acunó? Empecemos por el principio. Fue denominada 2 de Diciembre, fecha emblemática del perezjimenismo para inaugurar sus obras; este gran proyecto estuvo inserto en un plan equivalente a lo que hoy llaman «Misión Vivienda», que en los años cincuenta atenderá el fenómeno masivo de desplazamiento de habitantes del campo a la ciudad, atraídos por las oportunidades de empleo buscando mejorar su calidad de vida.

 

No todos los llegados a la capital obtuvieron su vivienda y el ansiado bienestar a corto plazo, muchos con recursos mínimos, solo venían apertrechados de habilidades y nociones en construcción básica, con tierra, caña brava y/o cartón, dando origen a una tipología de vivienda precaria encumbrada, los ranchos, sin servicios suficientes ni adecuados; tipología hasta entonces inexistente en la guirnalda de cerros a los alrededores de Caracas. Será el inicio del flujo de la autoconstrucción que va metamorfoseándose de lo provisional a lo permanente, gracias al uso de materiales industriales como bloques de arcilla o cemento y laminados metálicos; así fue desdibujándose el Juan Bimba rural de Andrés Eloy Blanco, mutando en el sujeto urbano descrito en la novela Los pequeños seres, de Salvador Garmendia, habitante de una ciudad que también admitía casas de cartón y zinc. La gente siguió trepando, construyendo con audacia en la topografía más intrincada, extendiéndose en el valle de gracia. Las laderas de la moderna urbanización 23 de Enero no escaparon a esto, pareciera que el rancho llegó para expandirse. No iban al compás, el crecimiento avasallante del oeste de la ciudad y la respuesta de la gestión pública. Fueron pasando de largo las advertencias de atender los grandes contrastes sociales y culturales, harto señalados por Arturo Uslar Pietri en sus numerosos artículos de opinión, escritos durante aquellos años.

 

Es cierto que solucionar la vivienda a los humildes fue un cometido que emprendió el Estado a escala masiva en tiempos políticos cruciales en el país, tan cierto es, como que entre las décadas de los 40 y 50, se escriben los primeros episodios de la mutación urbana de Caracas y la arquitectura es vista como instrumento para redimir la ocupación descontrolada del territorio. El «Plan Nacional de Vivienda» que se implementó fue posible gracias a la creación del Taller de Arquitectura del Banco Obrero (TABO), con el arquitecto Carlos Raúl Villanueva dirigiendo un grupo de jóvenes arquitectos y estudiantes formados en el país. Colaborarán con él los arquitectos: Guido Bermúdez, Carlos Brando, José Manuel Mijares y José Hoffman.

 

En el espíritu del tiempo en que se inscribe esa experiencia habitacional, la ciudad tradicional, ciudad compacta, ha perdido vigencia con sus edificios construidos al borde de calle y pequeñas casas. En ello incide la presencia imperativa del vehículo automotor que acortará las distancias, además de facilitar la circulación por doquier. La inminente reconstrucción de Europa tras la Segunda Guerra Mundial y el proceso de globalización urbana se han puesto en marcha, la ciudad tradicional es analizada y criticada en foros de expertos urbanistas que debaten el futuro de la ciudad. Se celebran los C.I.A.M, acreditados encuentros del Congreso Internacional de Arquitectura Moderna de 1928 a 1959, un verdadero laboratorio de ideas urbanas que darían respuestas a la ciudad proteica y resultaron ser muy influyentes más allá de las fronteras europeas. En los C.I.A.M se acuña el planteamiento de la Ciudad Moderna, de cuyo ideario surge el trazado de la Urbanización 23 de Enero, con cuatro funciones prioritarias: trabajo, vivienda, transporte y ocio, que deben plasmarse en los espacios de la ciudad emergente, con edificios independientes unos de otros, de grandes dimensiones, características arquitectónicas unitarias y áreas verdes; por consecuencia, habría equilibrio entre las zonas construidas y las áreas libres, generando espacios separados y diferenciados. El estilo arquitectónico urbano moderno con la integración de las artes, en unos casos y, en otros, con la síntesis de las artes como en la Ciudad Universitaria de Caracas, expresa un paradigma epistemológico materializado, que será a la vez la expresión de un modelo de espacialidad, una concepción de ciudad y un nuevo modo de habitar. Imbuidos en estas nociones actuará el TABO, Taller de Arquitectura del Banco Obrero, ante el reto, sin precedentes, de dar respuestas, en corto tiempo, a la descomunal demanda habitacional por todo el país.

 

Con el ideario moderno por guía, se proyectarán y construirán en la Urbanización del 23 de Enero, de 1955 a 1957, en tan solo dos años, 38 súperbloques que dan un total de 9.176 apartamentos para alojar a 60.000 personas. Un nuevo modo de vivir se acuña, por un lado, los edificios superbloques, dobles y triples, con dimensiones enormes, entre 50 a 150 metros de largo, con el elemento mínimo habitable –el apartamento− y, por otro, los elementos funcionales del conjunto con comercios, kindergarten, guarderías, dos centros cívicos, áreas recreativas, productivas y estacionamientos. El apartamento, unidad espacial, fue analizado rigurosamente buscando el múltiple de posibilidades a ofrecer en la estructura interna de las piezas que lo conforman y sus variantes distributivas, desde los 70mt2 en apartamentos de una habitación hasta 180mts2 en apartamentos dúplex de 2,3 y 4 habitaciones. Mientras las expectativas de proyección van de la escala del apartamento a la escala del edificio y de este al barrio, es decir, del conjunto habitacional al conjunto funcional; uno determinará al otro y el otro al otro, cual muñeca rusa matrioshka, de manera que el número total de apartamentos de habitación demandará una dotación de servicios (educativos, recreativos, comerciales, administrativos, productivos) proporcional.

 

Esta lección, consistente en un conjunto habitacional que aspira a ser una ciudad completa en sí misma, por cierto, ha sido olvidada en los conjuntos habitacionales construidos por la Misión Vivienda del siglo XXI, tales como Ciudad Miranda, Ciudad Caribia o Ciudad Tiuna, por citar tres ejemplos. Un drama habitacional urbano se revela en estas ciudades desde el inicio de la idea. Son ciudades dormitorio, confinan a sus habitantes en cotos cerrados de difícil accesibilidad, con limitados servicios y elementos funcionales, lo que supone una vida en cautiverio o como en el caso de Ciudad Tiuna, donde vivir es someterse a un nuevo tipo de acuartelamiento, de alienación, aceptada por una población de bajos recursos a cambio de tener un techo-trampa propio.

 

A decir de las entrevistas publicadas en la prensa nacional, a 10 años de inaugurada la Urbanización 23 de Enero, en 1967, muchas personas testimoniaron que no fue fácil adaptarse a vivir en las dimensiones «mínimas» que ofrecían los edificios sin crear conflicto. Paradójicamente, si hoy comparamos el metraje con el de los apartamentos de Misión Vivienda esas dimensiones resultan ser bastante más generosas. Viniendo del campo con costumbres distintas, muchos estaban acostumbrados a convivir con una mascota sui generis: una gallina, un cochino, un mono, un chivo o un morrocoy. Esto no era compatible con la espacialidad del apartamento ni con el uso de las áreas comunes a cielo abierto. También están otros testimonios contrarios, entre ellos una figura muy reconocida de la música nacional, la cantante Mirla Castellanos, en entrevista en la radio, cuenta que, proviniendo de Valencia a edad adolescente, se residencia con su madre en la Urbanización del 23 de Enero, y recuerda con nostalgia que “…era un conjunto espacioso, con todos los servicios, colorido y muy hermoso”.

 

En el conjunto de Parque Central reaparecerá, en la década 1970-80, la versión reinterpretada del «nuevo modo de habitar» de la Urbanización 23 de Enero. Allí, también, el conjunto de torres de habitación y administrativas, las áreas recreativas y culturales constituirá una ciudad completa y, en este caso, compacta. Esta vez, las torres serán más altas, 225 metros con 59 pisos las de oficina, 127 metros de altura con 44 pisos las de apartamentos, y un amplio repertorio distributivo de apartamentos dúplex y tipo estudio que van de 30 a 180 metros cuadrados. El conjunto proyectado desde las manzanas del Conde hasta las Torres del Centro Simón Bolívar no fue completado, para fortuna de la ciudad. El tiempo se encargó de demostrar que no se estaba preparado para asumir la gestión de condominio de tamaña escala. En su lugar se construyeron 12 edificaciones de Misión Vivienda (2010-2011), para familias provenientes de refugios, pues perdieron sus viviendas tras varios aguaceros. Mosaicos de colores identifican los edificios, el rojo rojito, el amarillo y el azul han sido designados a cada volumen, sin buscar una propuesta plástica como sí ocurriera en la Urbanización del 23 de Enero. Los edificios son de altura moderada, 8 pisos, crean un perfil urbano amable, no apabullante como son las Torres de Parque Central, aunque estas enriquecen la perspectiva urbana dándole interés fotográfico, cosa que también cuenta para la iconografía de la ciudad. Se ajustan mejor a la percepción del habitante. Solo el área frente a los edificios amarillos está integrada a la avenida con las llamadas «Amenidades urbanas», área de juegos infantiles y juveniles. La deuda con la gente y con la ciudad aún está planteada, las plantas bajas se mantienen confinadas tras un gran muro que niega el uso del espacio público y la integración a la gran avenida en que se ha constituido el Paseo Vargas. A diferencia de la fluidez espacial de la Urbanización del 23 de Enero, aquí se impone la perspectiva axial, el rigor del eje clásico no el Moderno.

 

Un recorrido sinuoso atraviesa el conjunto de la Urbanización del 23 de Enero, las diferencias de nivel topográfico se potenciaron, a favor del paisaje, con el trazado de terrazas que balconean sobre Catia y Propatria, desde donde se abarca con la mirada buena parte de la parroquia Sucre, vista panorámica de las faldas occidentales del Ávila. El placer de mirar desde allí a Caracas es insospechado por los no lugareños, omitido por quioscos destartalados e improvisados tarantines que no impiden el lento ascenso de la neblina en la aurora del día, o los atardeceres iluminados de nubes sonrosadas.

 

La integración del arte a la arquitectura, parte medular del repertorio moderno no faltó en la urbanización 23 de Enero, tuvo lugar en las fachadas, en las áreas exteriores del centro cívico y en los espacios internos del gimnasio. El artista Mateo Manaure (1926-2018) apelará al lenguaje neoplasticista siguiendo la escuela del holandés Piet Mondrian (1872- 1944), recurre a los colores primarios, amarillo, rojo y azul, para borrar la marcada retícula estructural de las monótonas fachadas, con un ritmo de alternancias aleatorias de paños de colores y paños blancos. Esta propuesta vanguardista, de arte abstracto a escala urbana, ha sido una de las menos comprendidas a la hora del mantenimiento o restauración de los superbloques, quizás porque la administración pública considera que es un gasto superfluo conservar en buen estado las fachadas. Poco queda de la coloratura y los ritmos propuestos, un solo color predomina, se omiten los otros colores, afortunadamente existe el registro de la propuesta del maestro Manaure, lo que permitirá rehacerlas cuando las buenas prácticas de mantenimiento y restauración vuelvan a guiar el proceder de los servicios municipales como debe ser.

 

El tránsito de la estética abstracta neoplasticista a los murales políticos o necrológicos, realizados con spray o con pintura para exteriores, ha ocurrido en los últimos 20 años. Muchas fachadas han sido dedicadas a la memoria de algún caído en las múltiples refriegas que acontecieron y no dejan de acontecer en la urbanizacion 23 de Enero, sean víctimas del hampa, el narcotráfico, la lucha entre bandas, la represión policial o la exaltación al héroe caído. Los murales ocupan grandes superficies, algunos son verdaderas gigantografías visibles desde remotas distancias, crean un amplio repertorio in memoriam que promueve una selectiva noción de identidad y territorialidades, lo que Manuel Caballero denominó el «autoritarismo nostálgico», exaltar la memoria del mártir y/o del combatiente revolucionario caído e intensificar las tensiones propias del proceso social comunitario parece ser el leit motiv. Quedan pocos muros impolutos en la Urbanización 23 de enero, como si no fuera posible que los muros callaran sin expiar culpas por ello. Pero, muy por el contrario de lo que pueda pensarse, la ejecución de la gran mayoría de los murales no es producto de una participación colectiva abierta, predomina las practicas de la Coordinadora Cultural Simón Bolívar, el Colectivo Alexis Vive y la mano del artista Nelson Santana, quien ha realizado más de 70 murales. Santana reconoce el acento necrológico de sus motivos, algunos por encargo de familiares deudos, y confiesa que, por la frecuencia en que mueren las personas en la parroquia 23 de Enero, a veces no le da tiempo de dedicarles un mural; en algunos pocos ha contado la historia del barrio, del país y sus próceres. Me pregunto ¿el vecindario se sentirá identificado con estas pictografías o sentirá que le han confiscado su hábitat?

 

Acomodándose al nuevo parcelado de las áreas abiertas otros espacios para el encuentro fortuito han ido apareciendo. El espacio a cielo abierto ha revirado, ya no es el que era. Los estacionamientos fueron los primeros en cercarse, a las razones obvias de seguridad ha seguido el reemplazo del espacio abierto recreativo por otros usos: taller mecánico, depósito de carros chatarra y/o botaderos de basura, todos controlados por colectivos que rebuscan una chamba y se manifiestan desilusionados con el actual proceso en que está inmerso el país.

 

A la luz del aumento de la población, con la consecuencia de requerimientos no resueltos, un «Plan de ordenamiento urbano» para la «Parroquia 23 de Enero» fue planteado por el arquitecto Jorge Rigamonti en 1995, Premio Nacional de Arquitectura, subrayando varias carencias de orden estructural-funcional. En el análisis del problema resalta que la mezcla de usos en la parroquia no conforma un ordenamiento diferenciado con centro, nodos y corredores para el buen desarrollo de servicios y áreas comerciales con eficiente interconexión con las viviendas, con una amplia oferta a los habitantes, lo que determina una red peatonal exigua e insegura. Rigamonti proponía hacer de la parroquia un verdadero centro plurifuncional que se proyectara al futuro y respondiera a las demandas del tiempo actual, para ello diseñó lo que denominó «Escaleras Mercado», económicamente autosuficientes. La idea sería crear una circulación peatonal cómoda y segura entre las terrazas donde se ubican los grandes conjuntos residenciales, para acortar las distancias e integrar las terrazas edificadas y, a la vez, poner a disposición mini locales para estimular el emprendimiento, las actividades productivas absorbiendo a los buhoneros y en los centros cívicos, Cristo Rey y La Cañada, su rehabilitación y desarrollo incluiría usos de escala metropolitana.

 

A partir de 1958 la Urbanización 23 de Enero, elevada a Parroquia en 1966, anexándole barrios cercanos, tiene en su haber ser emblema de la Venezuela democrática, aunado a ello estaría el deseo de progreso y modernidad, hasta la fecha cuando la política del Estado actual irrumpe en contra de la estabilidad del modelo democrático representativo. Los valores del ejercicio moderno de ayer nos muestran el contraste con los sueños rotos de hoy. Se fue al garete el país, se fue al traste el sentido de calidad de vida y hábitat, se han disociado los usos y las costumbres. ¿Cuánto se aprendió de esa experiencia habitacional? Transitamos la urbanización del 23 de Enero en 2020 y nos enfrentamos a un conjunto habitacional cuya esencia física y espiritual ha sido profanada, el modelo está vuelto trizas y la democracia suspendida. La añoranza nos embarga. Acaso ¿sería posible retroceder la película? Tocará enmendar todos los errores para que así reviva cual Ave Fénix.

 

*Arquitecto FAU-UCV. Doctorado Paris VIII-Francia. Profesora en la Facultad de Arquitectura y Urbanismo UCV. Profesora Doctorado Patrimonio Cultural- Universidad Latinoamericana y del Caribe ULAC. Co productora y Conductora del Programa de Radio Caracas vuelta y vuelta Premio 2019 Programa Cultural en la Radio Cámara de Servicios, Comercio e Industria de Caracas (trasmisión de lunes a viernes por Radio Capital y Radio Comunidad). Varios Premios de Arte Público cuando había Salones de Arte en el país y varias publicaciones. Libro: Actualidad y controversia del arte urbano en la ciudad contemporánea. Editorial Académica Española, 2014. Es activista verde y miembro directivo de Avepalmas Centro Unesco.

 

 


MARÍA TERESA NOVOA DE PADRÓN* / El Nacional

Página Web - 2020/01/23

Fuente: http://www.el-nacional.com/