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Isla La Culebra, devorada por las aguas del Lago de Valencia (VENEZUELA)

En Isla La Culebra, al este del Lago de Valencia, los pobladores temen a la época de lluvias. El temporal se traduce para ellos en una crecida de las aguas que termina por destruir sus viviendas.

Desde hace cinco años consecutivos el temor vuelve a las islas, en especial esta que es la única poblada. José Vega vive al final de la avenida La Montañita. Tiene toda su vida en la zona, exactamente 35 años, y ha visto a familiares y vecinos huir de sus hogares por el voraz lago de Valencia.

Una cerca divide el asfalto de la tierra húmeda que años atrás era una vía para las casas que hoy yacen bajo las aguas. Vega es hijo de “La Chona”, una mujer conocida en el sector y a la que todos se refieren cuando hablan de la crisis del lago, porque su casa es la próxima víctima.

Vega tiene un ojo rojo y bastante hinchado. Intentó matar a una serpiente y se estrelló con una pared, pero esa no es su mayor preocupación. Ver como hacia el lado derecho de la vivienda que comparte con su madre el agua golpea, mientras las plantas crecen, le preocupa más. Ellas están preparadas para continuar su ciclo porque el lago no para de expandirse.

Al lado izquierdo del camino hay unos gallineros recubiertos de maleza en los que el agua también entró. Vega señala la zona y dice: “Antes habían como 20 hectáreas de largo y ahora ya no están. Ahí vivían muchas familias y se tuvieron que ir”. Quienes perdieron sus hogares huyeron a casa de otros allegados o están refugiados en un colegio de la zona. Todos son victimas del mal progresivo que inicia en julio con la llegada de las lluvias.

La pérdida de viviendas es el mal mayor, pero hay otros daños y riesgos cuando el lago aumenta su extensión. Uno de ellos es el problema con los postes de electricidad. Muchos quedan sumergidos y es un riesgo que una de las guayas caiga y cree un corto circuito mortal para cualquiera.
Agua por suelo

Diagonal a la vivienda de Vega y “La Chona” está una casa desolada, cubierta de cayenas que alguna vez formaron parte del jardín. Ahora el lago entra y sale por las puertas y el suelo desapareció de la vista. Una capa de agua con lemna recubre la zona llena de plantas acuíferas. El líquido despide un olor desagradable, mientras el bamboleo mueve unas botellas de plástico que flotan a la deriva.

Dos casas a la izquierda, una familia está sentada en lo que alguna vez fue su porche. No ven otra escapatoria más que demoler la vivienda. El dueño sostiene un mazo y revienta una de las paredes, con cuidado apila los bloques para reutilizarlos. Tiene fe en que en un futuro encontrará una vivienda digna o que el Gobierno le otorgue una. Mientras tanto, irá a un refugio como muchos otros. Aún hay paredes de color naranja y algunas pertenencias siguen dentro, la ventana está tirada en el suelo y en uno de los cuartos hay un carrito de helados destruido. Son 40 años en la isla que debe dejar atrás.

En esa calle casi todos son familia o se conocen, pero la mayoría ha partido poco a poco. Un año le toca a unos, en el siguiente a otros y en el futuro a cualquiera. Es una ruleta en que apunta al más cercano a la orilla.

Los pobladores extrañan los días en los que las gallinas corrían por la zona y en los que las plantaciones de ají y cebolla crecían bajo la suave brisa que caracteriza a la zona. La vegetación cambia, al igual que las casas que se anegan poco a poco hasta ser inhabitables. En distintas zonas se comprueba.

En el terraplén que une El Roble con La Culebra se ven casas en ruinas bajo el agua, mientras arboles secos salen a la superficie como estatuas que recuerdan que alguna vez ahí hubo vegetación. Esa misma vía ha quedado sumergida y a ellos sólo les queda salir en peñero o permanecer aislados. Los gobernantes no se aproximan a la isla a pesar de las constantes denuncias.Los pobladores se sienten olvidados.

 

 


Armando Díaz / El Carabobeño

Página Web - 2017/09/06

Fuente: https://www.el-carabobeno.com/