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El Silencio se levantó hace 75 años sobre un barrio malquerido (VENEZUELA)

 

Celebra sus 75 años inmersa en la misma situación a la cual le debe su nombre: una peste. La urbanización El Silencio, diseñada por Carlos Raúl Villanueva, cumplió este 26 de agosto siete décadas y media de inaugurada. Con una historia azarosa de fama, población y arquitectura superpuesta de forma sistemática generación tras generación, la zona del valle de Caracas ha conservando el apelativo con el que fue bautizada en el siglo XVII, cuando una epidemia se llevó a la mayoría de su población. Según las crónicas de la época, lo único que quedó en esas calles luego de la mortandad causada por una enfermedad desconocida fue el silencio. Hoy, en contraste, a pesar de la cuarentena por el Covid-19, lo que más resalta de este sector es el ruido y una actividad vibrante que es afrenta a cualquier pandemia.

 

Si bien hoy El Silencio forma parte del casco central de Caracas, en las mocedades de la ciudad se trataba de un suburbio conocido como Tartagal. Aunque en efecto la zona está a pocos pasos de la Plaza Bolívar, en la época colonial la lejanía del centro estaba marcada por la brecha irreconciliable de las clases sociales. Es decir, mientras en las adyacencias de la (entonces) Plaza de Armas vivían las familias poderosas y se asentaban los poderes públicos, en arrabales como Tartagal habitaba la servidumbre.

 

Para el siglo XIX era una aglomeración de casuchas llena de pobreza, enfermedades y malhechores, pero con una vecina eminente: Hipólita Bolívar, la nodriza y haya de El Libertador, que para orgullo de quienes la circundaban, era visitada con frecuencia por María Antonia Bolívar, la mayor de la prole Bolívar y Palacios, lo cual, dicen, le daba caché al barrio.

 

Fueron siglos de precarización. Con el paso de los años, lo que comenzó como un pueblo de sirvientas y obreros que solo era paisaje para los viajantes que iban camino a Antímano, degeneró en zona de tolerancia. Con todos los prejuicios de la ciudad hablando a sus espaldas, la zona fue incluida con prioridad en el plan de “modernización” de la ciudad propuesto por el presidente Isaías Medina Angarita (1897-1953) quien dio el primer piquetazo para la demolición de lo que allí había el 25 de julio de 1942, a propósito de las celebraciones por el aniversario de Caracas. Dos años después no había rastro de los bares, los burdeles y las casuchas, zarpando así la historia de uno de los sectores más urbanísticamente planificados del país.

 

“En la barriada de El Silencio existían 331 casas, de las cuales 42 eran prostíbulos, 49 casas de vecindad, 32 expendios de licores, 9 de hospedajes y 1.999 inmuebles destinados a otros fines”, detalló Carmen Clemente Travieso en su libro Las Esquinas de Caracas.

 

La telenovela Villanueva vs Guinand

 

Medina Angarita, el segundo presidente de Venezuela después de la dictadura de Juan Vicente Gómez y el primero elegido por voto popular, fue el artífice del plan para modernizar Caracas y otras ciudades del país, respondiendo a una corriente que inundaba todas las grandes ciudades de Estados Unidos y América Latina que proclamaban el inicio de la era de progreso en paralelo al combate de la Segunda Guerra Mundial. En el caso específico de Venezuela esta pujante voluntad coincidía con la incipiente bonanza petrolera.

 

El mandatario, que estuvo en la primera magistratura entre 1941 y 1945, envió comisiones a congresos de urbanismo en Europa, Norteamérica y varias capitales de América Latina, y al aterrizar las ideas recogidas en las reformas necesarias para convertir a Caracas en la gran metrópolis que aspiraba, saltó casi como una urgencia borrar la cicatriz física y simbólica que encarnaba El Silencio, a pocos metros del Palacio de Miraflores.

 

El primer ensayo del plan para Caracas se hizo en San Bernardino en 1942, con trabajos orientados a renovar la urbanización y a construir al pie de la montaña el Hotel Ávila, proyectado por el arquitecto Wallace Harrison, uno de los diseñadores del Rockefeller Center, en Nueva York.

 

Así lo cuenta Juan José Pérez Rancel en un artículo escrito para la revista de arquitectura Entre Rayas redactado hace un lustro, a propósito de los 70 años de El Silencio.

 

Para urbanizar El Silencio el Banco Obrero, encargado de liderar el proyecto, convocó en marzo de 1942 a un concurso al cual se presentaron los arquitectos Carlos Raúl Villanueva y Carlos Guinand Sandoz. Lo que siguió después fue poco más de dos meses de intensa batalla de solicitudes, propuestas y contrapropuestas dignas de una telenovela.

 

“Guinand propuso ocho bloques con apartamentos para ser alquilados por ‘las clases obreras’ y tres para los sectores de ‘la clase media’, con locales comerciales en las plantas bajas, mientras que Villanueva planteó siete bloques, con apartamentos solo para clase media y aceras peatonales, jardines entre los bloques e implantación en el perímetro de las manzanas’, recuerda Pérez Rancel.

 

Dado que las dos propuestas tenían elementos valiosos para lo que se buscaba, se le pidió y reiteró a ambos arquitectos que presentaran un papel de trabajo conjunto, pero nunca se cristalizó esa aspiración. Cada uno por su parte prosiguió con las modificaciones a su proyecto individual de acuerdo con lo que se iba solicitado. A finales de mayo el comité seleccionador se decantó por la propuesta de Villanueva que contemplaba en su versión final siete bloques residenciales, dos plazas, zonas verdes, canchas para niños y adultos, zona comercial, un teatro, una propuesta de circulación vehicular que encajaba a la perfección con los planes de la zona y en diálogo y convergencia con la naturaleza a través del Parque El Calvario.

 

https://www.youtube.com/watch?v=YR4ytMAdtsM

 

Dos meses después comenzó la demolición, que dicen fue aplaudida tanto por comunistas como por conservadores, y el 26 de agosto de 1945 Medina Angarita bañado de gloria cortaba la cinta inaugural de lo que llamó Reurbanización El Silencio, para dejar claro que se trataba del inicio de una nueva historia.

 

“Aquella fue la mayor intervención urbanística integral y acabada que hubo entonces en el centro de una ciudad de América Latina. Otros procesos similares habían sucedido en otras capitales en la década anterior, pero ninguno en áreas centrales de los centros históricos. Como tampoco alguno de ellos había sido una operación integral, de transformación física y renovación urbana como la que febrilmente se generó entre 1942 y 1945 en el barrio caraqueño de El Silencio”, subraya en su artículo Pérez Rancel.

 

De la tolerancia a la bohemia

 

La suerte de los habitantes del antiguo El Silencio no está tan ampliamente registrada como sí lo está la crónica del diseño, construcción y devenir de la Reurbanización. El sector, que ahora no solo mostraba una nueva cara en cuanto a su arquitectura, también recibía una nueva fauna humana: tan pronto inició su nueva etapa comenzó a convertirse en punto de encuentro para la bohemia. Artistas, literatos, grupos políticos disidentes ligados a la izquierda e intelectuales hicieron que la zona mantuviera su perfil de reducto para los enfant terribles de Caracas.

 

El pent house del bloque 1, por ejemplo, albergó desde 1950 al Taller de Arquitectura del Banco Obrero (Tabo), que aparte de sus actividades naturales funcionó como guarida para actividades culturales emergentes y para los miembros del grupo artístico Los Disidentes, donde hacían vida creadores como los pintores Carlos González Bogen y Mateo Manaure, la bailarina Belén Núñez, la actriz Juana Sujo y la escritora Violeta Roffé.

 

Los Disidentes alquilaron en 1957 el sótano del bloque siete, donde instalaron la Galería Cuatro Muros, donde “se realizó la primera colectiva de aquellos pintores que regresaron al país después de 1952, Manaure, González Bogen, Alejandro Otero, Pascual Navarro, Perán Erminy, Luis Guevara Moreno, Armando Barrios, Miguel Arroyo, Oswaldo Vigas y otros, en lo que se considera que fue la Primera Exposición de arte abstracto realizada en Venezuela. Algunos de ellos comenzaron enseguida a colaborar en la Ciudad Universitaria en construcción”.

 

El grupo Madera, con su lírica incorforme, fue por años invitado especial en los aniversarios de la urbanización, cantando en las gradas de El Calvario. La plaza central del urbanismo, que en un principio se llamó Urdaneta pero en 1952 fue rebautizada como O’Leary, con sus llamativas Toninas de Francisco Narváez, se convirtió en punto de encuentro de manifestaciones populares, concentraciones y marchas, especialmente de los movimientos populares de la izquierda. Y el comandante Hugo Chávez, ya a finales del siglo XX y principios del XX, eligió este mismo espacio para sus encuentros con el pueblo de la capital.

 

75 años después, con una historia de altos y bajos en cuanto a la conservación de su infraestructura y del patrimonio urbano que constituye, y con una renovada mitología que la señala como zona insegura, esta comunidad de Caracas muestra su cara altiva, orgullosa y digna, por ser una de las joyas más preciadas de la capital venezolana en su mero vórtice. No hay silencio en El Silencio sino clamor urbano de persistencia.

 

 


Rosa Raydán / El Universal

Página Web - 2020/08/27

Fuente: http://www.eluniversal.com/