Gramovén es un sector conocido por lo inestable de sus cerros, en donde cada temporada de lluvias se quedan sin viviendas cientos de familias pobres de Caracas
Susana Lucero aún vivía con su esposo cuando decidieron mudarse del 23 de Enero al barrio Gramovén, en la parroquia Catia, juntos con sus hijas Dayana y Keily y sus hijos Juan José y Ángel Gabriel.
Gramovén es un sector conocido por lo inestable de sus cerros, en donde cada temporada de lluvias se quedan sin viviendas cientos de familias pobres de Caracas. Una suerte que también vivió Lucero junto con sus parientes. “Yo vivía en el sector Casa Blanca, calle La Lucha, cerca de la Escuela Cecilia Núñez. Mi casa era de cinc desde el techo hasta las paredes. Tenía dos habitaciones grandes, una sala un comedor, un baño afuera y en el fondo de atrás los vecinos nos reuníamos y sembrábamos frutas y hortalizas”, cuenta Lucero.
Durante 13 años trabajó como buhonera en Catia pero con mercancía de otras personas. Durante ese tiempo hizo contacto con la Misión Madres del Barrio, y mediante esta institución le fue aprobado un proyecto cuyo aporte invirtió en la compra de bolsas y condimentos que vendía en las calles del oeste de Caracas.
En ese tiempo, cuanta Lucero, el presidente Chávez dio la orden de que algunas madres del barrio ingresaran a instituciones del Estado. Y así, en el año 2008, comenzó a trabajar en un proyecto de labor social ejecutado en el Metro de Caracas, empresa que posteriormente la contrató y en la que hoy se desempeña como guardia de seguridad patrimonial.
SIN HOGAR
El 1 de diciembre del año 2010, Lucero, como era su costumbre, llegó del trabajo, saludó a su familia, colocó una colchoneta en el piso para ver el televisor y esperar “que el sueño llegara”. Recuerda que eran como las 10:00 pm cuando escucho un estruendo. Inicialmente pensó que era un camión que pasaba por la autopista Caracas-la Guaira pero luego se percató de que no. El ruido llegaba desde el suelo.
Lucero recuerda que esa noche durmió “muy nerviosa”. Al día siguiente, al regresar del trabajo, les dijo a su hija mayor y a su hijo menor que se fueran a pasar unos días con su papá (ya estaba separada de su esposo); a su otro hijo, quien en ese momento se recuperaba de una crisis de asma, lo envió a la casa de su abuela materna y ella se quedó sola en la vivienda ya que Dayana, su otra hija, vivía con su pareja en una casa cercana.
“Las lluvias comenzaron el 2 de diciembre. El aguacero era tan fuerte que el agua bajaba como una cascada por las escaleras y los callejones. Recuerdo que me puse a recoger algunas cosas en bolsas y escuchaba sonidos muy fuertes en el suelo. Esa noche tampoco dormí bien”.
A la mañana siguiente Lucero acudió a su trabajo preocupada por la situación. Allí fue aconsejada por algunas compañeras, quienes le contaron acerca de un plan que tenía en ejecución el Metro de Caracas para socorrer a trabajadoras y trabajadores que se encontraban en circunstancias similares a las de ella.
El programa consistía en un refugio ubicado en las instalaciones de la estación del Metro de Caño Amarillo. La coordinadora del plan, luego de conocer la situación, insistió en que debía abandonar la vivienda por el bien de la familia. “Recogí unas cositas, busqué a mis hijos y nos fuimos para el refugio”, relata.
“Tuvimos bastante apoyo del Metro de Caracas y de otras instituciones. Mercal nos proporcionaba los alimentos para las comidas de las 300 personas que estábamos en el refugio. También nos visitaban los médicos cubanos y nos ofrecieron tratamiento psicológico para las personas que lo necesitaron”.
Para Lucero “el problema en los refugios es la convivencia”. Por momentos, asegura, pensó en salir del albergue, pero no tener un lugar al cual acudir con su familia la hizo cambiar de opinión. Revela que en el alberque había tiempos definidos para todo: para ir al baño, para comer, para las visitas, para recrearse y hasta para dormir Asimismo, crítica algunos procedimientos administrativos exigidos para optar a una vivienda que, debido a la espera, debió repetir en varias ocasiones.
“Si me hubiese ido”, comenta, “perdía la oportunidad de darle un hogar a mis hijos. Estaba decidida a acertar una casa en cualquier lugar. Para los que vivíamos en el refugio el tiempo no pasaba en días, ni en meses sino en años, en eternidades”.
“ESTA ES MI CASA”
“El 14 de febrero de 2013, el día que me entregaron mi apartamento en el urbanismo Carlos Miguel Escarrá Malavé, estaba de reposo y fui casi gateando para el acto. Cuando me vi en la lista de entrega no lo podía creer. Me decía a mí misma: ‘¿Será verdad?’. Cuando abrí la puerta pensé que estaba soñando. La primera noche que pasamos en nuestra nueva casa fue la del 16 de febrero, y cuando desperté al día siguiente, lo que hice fue llorar. Me dije: ‘esta es mi casa”, expresa Lucero con lagrimas en los ojos.
Hoy Lucero habita en el apartamento con sus hijas, sus hijos y sus nietas Yenessa y Asseney. Como muchas de las personas beneficiadas por La Misión Vivienda Venezuela, ella nunca consideró como una posibilidad real tener un hogar como el que hoy habita: “Cuando mucho aspiraba a arreglar mi casa, pedir un préstamo para comprar los materiales y hacer mi casa de bloques”.
Agradece a Dios por su vida: “La otra persona a quien estoy muy agradecida, que aunque no está aquí físicamente, siempre nos acompaña, es el presidente Hugo Chávez Frías. A él le debo mi trabajo, mis ingresos, los beneficios que han recibidos mis hijos y también esta casa. Espero que el presidente Nicolás Maduro continúe todo lo que Chávez nos dejó; que siga ayudando de la misma forma, y hasta mejor, a todos los venezolanos que lo necesiten”.
ROMER VIERA / Correo del Orinoco
Página Web – 2015/02/01