En tres años se han sembrado casi 600.000 viviendas. Esfuerzo, e impacto, importantísimo. Sorprende el poco debate entre los vinculados con la planificación, producción y construcción del territorio, de las ciudades y de la vivienda en sí.
Ante la nula crítica (constructiva) y de opciones alternativas, desde gobiernos estadales y municipales, contrarios al nacional y de gremios y partidos políticos, es útil divulgar enfoques para enriquecer venideras acciones que incidirán en ciudades y pobladores.
Todo nuevo proyecto de vivienda debe concebirse dentro de la realidad actual en todos sus ámbitos (productivo, cultural, económico, industrial, ambiental). Además, debe saberse que un conjunto residencial favorece la transformación del sector urbano en el cual se inserta. Para mejorarlo o para empeorarlo.
Para mejorarlo si la vivienda viene, con simoncito, parques, bodega, farmacia, panadería, para los nuevos residentes y para los que ya viven en el sitio y carecen de ellos. Para empeorarlo si son viviendas parásitas, que solo se valen de los servicios del lugar o aumentan su déficit.
Para mejorarlo si crea nuevos espacios públicos. Si logra escala y densidades armonizadas que estimulen la organización, articulación y diversidad cultural y social. Si se conciben a las viviendas como colectivas, compartiendo áreas para reforzar el sentido de comunidad, por ejemplo, en actividades de lavado, productivas, lúdicas. Para empeorarlo si refuerza el individualismo social y aísla al nuevo grupo de viviendas del vecindario aledaño.
La vivienda no es neutra. Basta de diseños con criterios rancios. Las futuras viviendas deben expresar una nueva, fresca y alegre visión del país, de su gente, de sus culturas, de sus diversidades tropicales.
La vivienda debe ser la “cabeza de playa” de un proceso masivo y radical de transformación territorial y de nuestras ciudades para que sean incluyentes, equilibradas en sus necesidades y amenidades, eficientes, bellas y gratas.
ALEJANDRO LÓPEZ / Últimas Noticias
Impreso Dígital - 2014/03/20