Algo que los seres humanos hemos aprendido a lo largo de la vida es que los desastres naturales siempre “sacan a flote” las carencias de una sociedad que ha sido abandonada durante décadas por sus autoridades, las cuales sólo se acuerdan de ella cuando hay elecciones o cuando un terremoto o huracán “destapan” la forma desastrosa en que vive de manera cotidiana su pobreza y la indiferencia de quienes la gobiernan. Cuando ocurre una desgracia provocada por la naturaleza, entonces salen a la luz no sólo los damnificados que sufrieron el derrumbe de sus precarias viviendas o la inundación de sus comunidades, sino también volvemos a ver a los otros damnificados, que por cierto suman varios millones: los que llevan generaciones viviendo en la pobreza y en la carencia de la infraestructura básica para sobrevivir.
Generaciones de mexicanos que han vivido en la pobreza, cuyos hijos y nietos muy probablemente seguirán viviendo con carencias durante muchas décadas más. Es ahí donde se comprueba que los programas gubernamentales implementados desde hace muchos años, dizque para sacarlos de la inopia, simple y sencillamente no han funcionado. Han fracasado completamente porque son los damnificados de siempre. Cada que hay un fenómeno natural que los devasta, vuelven a “salir a la luz” y siempre en el mismo lugar: Guerrero, Oaxaca, Chiapas, Veracruz, Tabasco, etcétera.
Es ahí donde los programas sociales de ayuda a los que menos tienen tendrán que permanecer por siempre, porque esas familias van heredando su pobreza de generación en generación a hijos, nietos y bisnietos que no tienen más futuro que la indigencia y el desempleo. Por lo menos, así lo hemos visto en los últimos 40 años; casi medio siglo.
Me platica el secretario de Turismo, Enrique de la Madrid, enviado por parte del gobierno federal a recorrer varias comunidades de Oaxaca severamente dañadas por el sismo del 7 de septiembre pasado, que en zonas muy dispersas del estado habitan familias que prácticamente perdieron lo poco que tenían. Les han instalado comedores comunitarios, coordinados por el Ejército, a donde acuden los otros “damnificados”, los de la vida. Aquellos que desde hace varias generaciones no tienen ni siquiera para alimentarse como “Dios manda”. Ni modo de decirles que no coman, me dice el secretario, quien coordina las acciones de apoyo del gobierno federal en comunidades donde falta todo, como en Santa María del Mar, población juchiteca de poco más de medio millón de habitantes, la cual el único acceso que tiene es por mar o por aire.
Organismos internacionales como Oxfam, que es una confederación de 17 organizaciones no gubernamentales que realizan labores humanitarias en 90 países del mundo, entre ellos el nuestro, y que observa con lupa lo que sucede en las economías, ha señalado recientemente que “si se mantiene la tendencia observada en los ingresos de 2014 a 2016, tomará 120 años reducir la diferencia monetaria entre los más pobres y los más ricos en México”. En los últimos 3 años, los ingresos del 10 por ciento más pobre del país crecieron a una tasa de 8.46 por ciento, mientras que el 10 por ciento más rico incrementó sus ingresos a una tasa de 4.07 por ciento. Queda claro que los esfuerzos para reducir la pobreza y la desigualad aún son insuficientes para mejorar el bienestar de la población mexicana.
De tal manera que la posibilidad de reducir la desigualdad no radica en “hacer que todos los mexicanos ganemos lo mismo”, sino en impedir que la brecha económica entre el más pobre y el más rico se haga más profunda.
Martín Espinosa / Excélsior
Página Web - 2017/09/19
Fuente: http://www.excelsior.com.mx/