Modelos como la covivienda o la masovería urbana buscan hacerse un hueco en el sector, pero la falta de financiación lo frena
A sus 77 años, Juan carga a sus espaldas toda una vida de activismo vinculado a las asociaciones de vecinos. “Intentando mejorar el mundo”, dice. Cuando le hablaron del proyecto de vivir en comunidad con otras familias en una masía de Castellar del Vallès no se lo pensó dos veces. Le atrajo la variedad de edades de sus vecinos y el poder cuidarse unos a otros. Juan es el mayor del grupo de 27 personas —12 familias, con siete menores, de diferentes municipios de la comarca— que forman la comunidad. “Tengo cinco nietos, pero ahora tendré siete más”, bromea este hombre, sentado en la gran mesa de madera que preside la masía de Can Carner, a la que esperan mudarse dentro de dos años, una vez la hayan rehabilitado.
En el grupo también hay personas como Marta, que vive en Terrassa y desea trasladarse con su pareja y su hija para huir de la ciudad —de la que no les gusta su “entorno agresivo”—, en busca de valores más humanos y colaborativos. O Sebas, que ronda los 50 y piensa en su futuro. “Empezamos a ser mayores y con mi pareja pensamos en cómo queremos envejecer, si en casa solos, en una residencia o con otras personas aquí en comunidad”. Las 12 familias compraron en octubre esta finca catalogada de diez hectáreas, con una superficie construida de 1.500 metros cuadrados. La idea es que el edificio principal se destine a vivienda de las familias, que combinará espacios privados (dormitorio, lavabo y cocina-office) y comunes (comedor, cocina, biblioteca…). También planean desarrollar un huerto ecológico y destinar los porches y pajares a actividades abiertas al barrio.
El proyecto se remonta a 2016, cuando un grupo de familias decidieron buscar una forma alternativa de vivienda. Crearon una cooperativa y buscaron otros socios. Es lo que se conoce como vivienda cooperativa: la cooperativa es la propietaria de la vivienda y los socios pagan una cuota mensual, a modo de alquiler. Esta y otras formas alternativas como la covivienda o la masovería urbana (a veces, incluso, se confunden los términos) están viviendo una tímida eclosión a raíz de la problemática de los desahucios y la burbuja que vive el alquiler. “El modelo alternativo crece al mismo tiempo que están en crisis los dos regímenes clásicos de acceso a la vivienda”, apunta David Guàrdia, de Sostre Cívic, entidad que hace 15 años que trabaja por el modelo cooperativo de vivienda. “Tiene las ventajas de la compra, que te da estabilidad, y del alquiler, porque no estás ligado y puedes salir cuando quieras. Además se evita la especulación porque uno no puede vender el piso porque no es suyo”, añade Guàrdia.
En estos momentos hay varios proyectos de este tipo en marcha, aunque muchos se quedan en el camino, por las barreras que deben sortear. “Pero el principal es encontrar la financiación necesaria. Los bancos tradicionales no entran, solo entidades éticas como Coop57 o Fiare, pero no llegan a todos los proyectos. Así que son los socios los que deben aportar capital suficiente para comprar el suelo o el edificio”, abunda Juli Carbó, presidente de Cohousing Barcelona. Y es que los números que se manejan pueden echar atrás a más de uno: aportaciones iniciales de entre 30.000 y 60.000 euros y una cuota mensual que varía según el tamaño del piso (unos 600 euros por un piso de 70 metros cuadrados), según abunda Carbó. Las familias de Can Carner —que prevén una inversión de 2,5 millones para la compra y la rehabilitación de la masía— han aportado 43.000 euros cada una y les queda una cuota de 850 euros al mes para la hipoteca.
Para que el modelo crezca, y se reduzcan los costes, el sector pide más implicación de las administraciones en la cesión de suelo público, ejerciendo de avalistas ante los bancos o con subvenciones para la construcción de edificios.
Coop57, cooperativa financiera nacida hace 24 años, empezó a fijarse en estos proyectos hace un lustro por la demanda que había, pero admite que no puede dar el sí a todas las propuestas. “Nos pusimos una restricción: destinar el máximo del 20% de nuestros recursos para no tener un gran volumen de deuda”, explican desde la entidad. Los que lo consiguen son los que tienen viabilidad social y económica. “Antes de hablar de números hablamos del proyecto y vemos si cuadra con los valores de nuestra entidad. Debe haber un proyecto comunitario añadido”, inciden desde la entidad.
Las familias de Can Carner admiten que otro de los problemas que pueden encontrarse en el futuro es la convivencia, que ven como un reto de crecimiento personal. “El proyecto está sacando lo mejor de cada uno. Además el objetivo es común y todo está por hacer. No somos un grupo de amigos que crean un proyecto, sino familias con valores comunes que ven en el proyecto una oportunidad de emprender una nueva vida”, añade Gemma.
IVANNA VALLESPÍN / El País
Página Web - 2019/12/08
Fuente: https://elpais.com/