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El humedal que casi agoniza bajo las urbanizaciones (COLOMBIA)

Estudio de la U. Nacional analizó cómo El Burro perdió 89 % de su terreno en los últimos 70 años.

 

La primera vez que se mencionó el concepto de humedales en Bogotá fue para acabarlos, y uno de los afectados fue el humedal El Burro, ubicado en la localidad de Kennedy, en el suroccidente de la capital.

 

Así lo detectó la arquitecta Wanda Matta en una investigación de su maestría en Hábitat de la Universidad Nacional.

 

Matta, en los últimos dos años, ha escudriñado documentos que datan del siglo pasado, ha caminado el humedal y conversado con los vecinos que hoy sueñan con recuperarlo.

 

“En los últimos 70 años, El Burro perdió 89 % de sus tierras por cuenta de actores públicos y privados. En los años 50, tenía 171 hectáreas, en el 85 pasó a tener 27,14. En 2004, quizá su punto más crítico, llegó a 14,6. En 2015, gracias a las primeras labores de recuperación, pudo ganar algo. Al día de hoy, le quedan 18,8 hectáreas”, detalla Matta, después de una exhaustiva revisión documental y de prensa para entender cómo fue la transformación físico-ambiental del humedal desde los años 50.

 

Solo hasta 2010 se logró consolidar un proyecto de obras que permitieron recuperar parte de los espejos de agua y las especies vegetales para restaurar los ecosistemas de especies nativas como patos zambullidores, tinguas, monjitas cabeciamarillas y pisingos, entre otras.

 

EL TIEMPO conversó con Matta sobre los hallazgos del estudio, que no solo se limitó a hacer un recuento de hectáreas, sino que analizó la relación del Estado y las comunidades con este vecino hecho de agua.

 

¿Cuál era el objetivo de la investigación?

 

Quería hacer una reflexión de las relaciones entre el agua y la sociedad. Históricamente, los asentamientos humanos se ubican alrededor del agua, pero lo suelen hacer dándoles la espalda a los ecosistemas. Hay un detallado estudio del 2014 que documenta cómo los cuerpos de agua en Bogotá se redujeron en el último siglo por cuenta de la urbanización.

 

Escogí El Burro porque vi un proceso de desecación alarmante del que poco se había hablado en comparación con otros ecosistemas del norte.

 

Ahora, lo que había era un suceso de relatos urbanos (la construcción de una vía o un barrio), pero no una narrativa social desde los barrios ni una reflexión de cómo se había planeado la ciudad. Para lograr el resultado, recogí la información de transformación física, ambiental y urbana, consolidando todo. Luego, se revisaron los imaginarios sociales y se vio cómo se iban transformando con el cambio del espacio.
Se revisó el discurso de urbanizadores, las entidades públicas, vecinos y líderes ambientales que en los últimos años le han apostado a procesos educativos que reconecten a las personas con el ecosistema. Desafortunadamente, no se logró hablar con invasores piratas. Pero con lo que se tuvo se pudo construir una historia sobre el humedal a partir de las voces de la gente.

 

¿Quiénes han sido los grandes enemigos del humedal?

Tanto actores públicos como privados de escala nacional y local le han hecho daño al humedal. La primera gran obra de infraestructura que lo partió fue la avenida de las Américas, años más tarde, en la década de los 90, también lo haría la avenida Ciudad de Cali. Desde los 50, entidades privadas secaron los terrenos y construyeron sobre él. Aquí se destacan los procesos de Ciudad Kennedy, una iniciativa del Instituto de Crédito Territorial, que no solo dispuso de vivienda, sino de vías e infraestructura de servicios públicos. También hubo desarrollos importantes en los alrededores de la Central de Abastos, cuando los trabajadores generaron necesidad de vivienda y urbanizaron lo que hoy es Patio Bonito.

 

También hizo mucho daño una planta de transferencia de desechos que convirtió el humedal en un basurero, prácticamente.

 

Entre los privados se destacan proyectos como el Hipódromo de Techo, hecho por una familia adinerada de la ciudad, y otros más en barrios como Tibabosa, Rincón de los Ángeles, El Condado, El Castillo, entre otros.

 

¿Cuáles han sido las narrativas que detectó alrededor del humedal?

Los imaginarios comienzan a principios del siglo XX cuando el presidente Rafael Reyes emite un decreto que permite la desecación. Así, a los privados que alistaran esos terrenos para urbanizar se les entregaba el título o se les reconocía económicamente la ‘labor’. Es decir, se habla de la desecación como un beneficio.

 

Aunque la ley solo tiene vigencia siete años, la narrativa parece haberse quedado durante todo el siglo XX. Aunque en 1975, se vuelve a hacer referencia a ellos con la ley de recursos naturales renovables, el verdadero cambio solo se ve 30 años después. Solo hasta que líderes locales, de manera accidental, tienen experiencias en el humedal, se establecen nuevas vivencias y se cambia la percepción. En el siglo XX se lo vio desde un prisma utilitarista (como terreno para secar y urbanizar) y hasta negativo (como botadero de basuras, potrero y punto de delincuencia), pero cuando entra la comunidad se detectan las especies de fauna, las migraciones de aves y se lo empieza a ver como una potencia.

 

¿Percibe una nueva oportunidad para el humedal?

Un trabajo de campo hecho con estudiantes de un colegio vecino evidenciaron una visión más prometedora. Los niños ya entienden el humedal no como un recurso para usar, sino como un ser vivo que hay que cuidar; tienen un vínculo incluso afectivo. Habrá que ver qué sucede: aunque hay respaldos con políticas públicas y las declaraciones Ramsar, aún hay rezagos de utilitarismo en el discurso. Se lo recupera para usar, para tener un nuevo espacio público.

 

 


Ana Puentes / El Tiempo

Página Web - 2019/11/25

Fuente: https://www.eltiempo.com/