En medio de una fiesta de chirimía, como un pequeño San Pacho, Celenis Tapias puso su puesto de comida para vender Mondongo. Ella es una de las 7.500 personas quien desde este año vive en la Ciudadela Mía, en Quibdó. Este es un complejo habitacional de 1.500 apartamentos que se convirtió en un desafío, básicamente, porque fue un barrio construido desde cero y en el que, a diferencia de cualquier otro de Quibdó, este tiene edificios.
Y es que más allá de los otros retos que se han ido superando o que están por resolverse, como por ejemplo, que la ciudadela está retirada del centro de Quibdó, que no tiene escuela ni iglesia ni centro médico; la primera tarea era garantizar la convivencia y crear comunidad.
Por eso, con la fiesta que trajeron los tambores, Celenis dijo que estaba feliz porque además, pudo vender el mondongo que sus nuevas vecinas le ayudaron a preparar. “Todo este proceso para nosotros ha sido de crecimiento permanente, es nuevo para mí tener vecinos, es que ni siquiera tenía casa, por eso mi vida cambió. La convivencia hasta ahora ha estado bien, claro, a veces hay problemas como en todas partes, pero se resuelven. Nos estamos aprendiendo a comunicar”, dijo.
Ana Luisa Córdoba es una de sus vecinas. Ella viene del Medio Atrato. Desde hace 15 años llegó a Quibdó desplazada. Dijo que estaba feliz porque esta mañana todos sus nuevos amigos estaban contentos, que la felicidad es simple. “Seño, en este momento de mi vida nada me hace falta: tengo mi casa, mis hijos y un amor bonito”, contó.
Un nuevo comienzo
Todo este proceso estuvo liderando por la Fundación Orbis, quien se encargó además, de llevar pintura y de ponerle color al barrio; de comenzar un proceso de convivencia que fuera permanente. Lo que ocurrió fue que este fin de semana el programa liderado por la Fundación llamado “El Color de la Convivencia” llegó a su fin y este modelo de acompañamiento social quedó en manos de la Alcaldía y de la Diócesis de Quibdó.
“Se inicia una nueva etapa en todo este proyecto. Desde este momento el reto es nuestro, con la Diócesis, y sabemos que debemos continuar impulsando la labor de integración social en Quibdó. Esta ciudadela es un icono de ciudad”, explicó el alcalde Isaías Chalá Ibargüen. Reconoció que debido a lo grande de este barrio siempre se presentan inconvenientes de seguridad, pero, insistió que sus habitantes quieren vivir en armonía y están trabajando para construir convivencia.
El viceministro de Vivienda, David Pinilla Calero, indicó que lo que se viene es un reto y es continuar adelante con la convivencia. “Nuestro interés es comenzar a entregarle los proyectos a la comunidad y que ellos se encarguen de seguir adelante con temas como el de la tolerancia”.
Frente a la queja de algunos de sus habitantes por la falta de escuelas, parques y un centro médico, indicó que el Ministerio de Vivienda está trabajando en eso. “Tenemos un programa que se llama equipamientos y con esto lo que estamos haciendo es financiar este tipo de inversiones. En alianza con otros ministerios logramos traer centros de salud. Nuestro reto no es entregar techos, aquí lo que estamos mostrando es que estamos entregando hogares”.
El padre Harol Romaña, representante del la Diócesis, indicó que la curia entiende el proceso de acompañamiento y que por eso hay que continuarlo. Asumirán el reto de enseñar a vivir en edificios, “esto es algo novedoso. Esa será nuestra tarea: acompañar al pueblo para que aprendan a vivir en este tipo de propiedades, para que haya una convivencia pacífica y estable”.
Están en el proyecto de abrir una bodega en la que esperan funcione la iglesia. “Ya tenemos un sacerdote asignado para este lugar y tendremos un equipo de misioneros que llegarán en los próximos días”, dijo.
*Por invitación de la Fundación Orbis
Contexto de la Noticia
“pinté mi casa con los colores del mar”
En el apartamento de Luz Elena Mosquera el almuerzo de este fin de semana era caldo. Dijo que lo hizo de pollo porque su vecina se lo regaló. Vive de hacer hielo y vende agua y gaseosa. Tiene 73 años y nació en el Alto Baudó. Hace 16 años es desplazada por la violencia. “Yo vivía en una casita de madera y Dios me dio apartamento de cemento. Aquí he estado muy bien y siempre tengo compañía. Mis vecinos se quedan conversando conmigo hasta tarde en la noche. Yo pinté mi casa con el color que siempre soñé: azul, como el mar. Aquí tengo un pequeño patio en donde siembro flores, cilantro y albahaca. Vivo con mi nieto Manuel y soy feliz”.
María Victoria Correa Escobar / El Colombiano
Página Web - 2017/07/04
Fuente: http://www.elcolombiano.com/