Habitantes de un barrio con las cicatrices del conflicto transformaron las fachadas de sus casas.
Con algo de pintura en sus manos y en los pómulos y plena de emoción y felicidad, María Eliza Chaparro, presidenta de la junta de acción Comunal del barrio Villa Juliana de Villavicencio, dijo sin pensarlo dos veces “Esto es una Navidad chiquitica”.
Y tenía razón, porque en la mañana soleada del pasado sábado la Navidad se asomó anticipadamente a su casa y le llegó con media caneca de pintura, dos rodillos, dos brochas y una bandeja mezcladora. Antes ya le habían pañetado con mortero su frente y ya era la hora de pintarlo.
Más de 300 personas, entre voluntarios, instructores y miembros de la comunidad se encargaron de ayudar a transformar el barrio.
Ella y 469 propietarios de humildes casas de este sector deprimido del sur de la capital del Meta fueron los beneficiarios de la campaña ‘Soy Capaz’, que apoyan, entre muchas otras instituciones, la fundación Orbis, Pintuco y Cemex, para intervenir y recuperar con las comunidades las fachadas de sus viviendas.
Para ello fueron necesarios 135 toneladas de concreto y 1.500 galones de pintura que llegaron como una panacea para ayudar a curar ese agujero de dolor que de alguna manera les causó a esas familias el conflicto armado.
En Villa Juliana conviven en un mismo escenario familias desplazadas por la violencia, reinsertados, víctimas y victimarios que cargan cada uno cicatrices de la guerra, pero aun así el barrio es ejemplo de convivencia pacífica.
“Acá vivimos muchas personas bajo esas condiciones y pese al sufrimiento y el dolor recibidos, hicimos una reconciliación con nuestro propio yo y tenemos la esperanza de que nuestro mundo será mejor y por eso estamos trabajando hombro a hombro para que podamos sellar esa herida”, dijo María Eliza.
Para Gonzalo Velásquez, director de la Fundación Orbis, más que intervenir unas casas lo que se hace es reconocer el esfuerzo que hace la comunidad para que haya un proceso de reconciliación.
Santiago Piedrahíta, presidente del grupo Orbis, sostuvo que cree que el color es una disculpa para mostrar algo más profundo. “Pensamos que estamos haciendo algo estético que es cambiar el color de una fachada, pero lo que estamos haciendo en realidad es cambiar la capacidad de las personas de trabajar juntas”, manifestó Piedrahíta.
“La gente, cuando empieza a ver que la fachada cambia, quiere mejorar el lote, la cancha, el parque y es un deseo genuino de querer transformar esa comunidad y otra cosa que cambia mucho es el sentido de pertenencia”, dijo.
De igual forma, Carlos Jacks, presidente del grupo Cemex, sostuvo que la alianza de la pintura con el mortero logró demostrar que con la comunidad sí se puede hacer transformaciones. “Esto puede ser algo pequeño pero tiene mucho simbolismo y demuestra que se pueden hacer las cosas bien y de construir un mejor país” sostuvo.
Finalmente, a María del Rosario Roa, una abuela de 70 años que hace 30 llegó a Villavicencio de Miraflores (Boyacá), aunque su casa está en tierra y la fachada de la vivienda no tiene bases ni paredes de concreto, sino que las tejas se apoyan sobre unas tablas y vigas de madera, también el color llegó a su hogar.
Sus escasos recursos no le han permitido construir pilas, vigas y muros en ladrillo, pero como dice ella “la suerte y la providencia se juntaron para que me dieran media caneca de pintura verde, dos brochas y dos rodillos para pintar mis tablas”.
VILLAVICENCIO / El Tiempo
Página Web – 2014/10/07
Fuente: http://www.eltiempo.com